Y han pasado cuatro años…
Siento como si hubiese sido ayer cuando aquel octubre de 2018, tras el diagnóstico, mi vida cambió. Ni para bien, ni para mal. Simplemente cambió.
Cuando echo la vista atrás, esbozo una sonrisa y no puedo dejar de dar las gracias a los que se han ido uniendo por el camino, a los que se han quedado y han estrechado nuestros lazos dándome fuerzas. Los que se fueron, o eché, no merecen reseña.
Han sido cuatro años muy duros, de dolor, de lágrimas, de cambios que han servido para darme cuenta de que soy más fuerte de lo que pensaba.
Y aquí estoy luchando, como siempre, incapaz de estar quieta mientras mi cuerpo pueda, hasta que me dice: «Ahora vas un ratito al off…» Cada mañana me despierto y doy gracias por todo lo que tengo, intentando sembrar sonrisas e ilusiones. He aprendido mucho, sobre todo a valorar a las personas que me rodean, a mirar el presente como un delicioso regalo. Desconozco cómo va a ser mi futuro y mirar atrás suele provocarme caídas (físicas y emocionales) por lo tanto me lo tengo prohibido. Me quedo con lo que he aprendido.
Si queréis saber si soy feliz, miradme. La cara es el espejo del alma.
Seguiré luchando por ser visible, aunque sea desde la distancia. Nunca me he escondido ni lo haré. Párkinson se ha convertido en mi segundo nombre. No quiero palabras de consuelo ni rostros lastimeros. Quiero demostrar que soy mujer, que tengo EP y que sigo echándole a la vida ganas, esfuerzo y mucho amor.
Habla de mí como una guerrera, luchadora e incansable, admiradora de Juana de Arco. No me hundas con lágrimas. La pena, como decía mi abuelo, no da de comer.
Mayte Pascual