Mujer, dolor y párkinson

Según todos los estudios, el riesgo de sufrir dolor crónico en mujeres es mucho mayor que en hombres, incrementándose este riesgo con la edad. A partir de los 50 años una de cada cuatro mujeres padece dolor crónico.

La enfermedad de Parkinson cursa con dolor en más de la mitad de los enfermos y de ellos, el mayor porcentaje somos mujeres.

Sin duda hay factores biológicos que inciden en estas diferencias. Por un lado, existen patologías asociadas al dolor más presentes en la mujer, como son los problemas musculares u osteo-articulares, fibromialgias o cefaleas, pero también hay estudios que indican que los analgésicos funcionan de manera diferente en hombres y mujeres, obteniendo éstas menor alivio al consumir estos fármacos.

Pero existen otros aspectos muy importantes que son los emocionales y de estilo de vida y es quizá en esto en lo que podemos hacer más por nosotras mismas.

Por un lado, la mujer está sometida a estrés psicológico sostenido. Las cargas familiares y nuestra implicación en ellas nos mantienen en un permanente estado de alerta y una sobre-responsabilidad. Las mujeres somos más empáticas y hacemos nuestros los problemas de los demás, sintiéndonos en la obligación de solucionarlos. Esa presión es agotadora. Tenemos además la tendencia a anticiparnos a los acontecimientos, lo que genera una ansiedad anticipatoria poco saludable.

Estos estados emocionales influyen muy negativamente en la percepción del dolor, incluso pueden ser causantes del mismo, pues la ansiedad y el estrés son generadores de patologías dolorosas como las cefaleas o los problemas musculares.

Pero además la mujer suele ser quien carga con la mayor parte de las tareas domésticas con carga de pesos, esfuerzos musculares, malas posturas… y en las que no se prevén descansos. La casa y la familia no conoce de festivos ni vacaciones.

Por último, la mujer practica menos actividad física recreativa que los hombres y el ejercicio es primordial para evitar patologías dolorosas, además de tener un efecto analgésico.

Las mujeres con Parkinson no somos ajenas a lo que he relatado. Así que sumar todo ello a la presión emocional que sufrimos por la propia enfermedad, la rigidez y lentitud de nuestros movimientos al realizar las tareas domésticas o la falta de tiempo para invertir en nuestra rehabilitación, provoca que el dolor sea nuestro incómodo compañero, si no cambiamos la tendencia. 

Abandonemos malos hábitos, cuidemos de nosotras mismas y dejemos que nos cuiden. La corresponsabilidad familiar ha de instalarse en nuestras vidas. Compartir cargas y tareas o buscar ayuda externa, si es preciso, y dedicar más tiempo a nuestros ejercicios de rehabilitación y relajación. El dolor no va a desaparecer, pero sí podremos mitigarlo en alguna medida.

 
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