Mujer, cuidadora y enferma de Parkinson en tiempos de COVID

 Por suerte, hasta la fecha, no había padecido uno de los síntomas no motores más frecuentes en la enfermedad de Parkinson. La depresión y los trastornos de ansiedad pueden estar presentes incluso antes de que aparezca la sintomatología más definitoria de esta enfermedad. Curiosamente he comenzado a padecerlos con intensidad coincidiendo con esta maldita Pandemia.

Si al principio, cuando estuvimos todos hiperconfinados, tuve una extraña sensación de seguridad (todos mis polluelos metidos en nuestra jaulita), en los últimos tiempos, la incertidumbre, los cambios de criterio, la imposición de restricciones contradictorias, los discursos disonantes…me han llevado a un estado de ansiedad y descontrol inauditos en mi vida.

Si sumamos a Filomena, Hortensia y lo que queda de invierno por venir, lo que era una jaula de oro, se ha convertido en una cárcel blindada.

Siento miedo a salir a la calle por contagiar o contagiarme, o por escurrir con el hielo o volar por los aires…pero, sobre todo, siento miedo a no poder escapar si fuese necesario. No tener cuerpo para agarrar a mis hijos y a mis padres, a quienes cuido, para salvarlos de cosas terribles que se me vienen a la cabeza, como los terremotos de Granada.

La indefensión se ha traducido ya, más de una noche, en verdaderos ataques de pánico que, conjugados con la rigidez propia del Parkinson, dejan el cuerpo fastidiado para la semana entera.

Pero no queda ahí la cosa, ese cuerpo fastidiado y esa indefensión dejan poco margen a la tolerancia y condescendencia, con lo que mis ataques de ira igual son los que están provocando borrascas y terremotos. Temo que cualquier día venga Iker Jiménez a por mí.

Y sigo sumando sensaciones desagradables, como sentirme inútil por no poder acompañar a mis padres ancianos por miedo a contagiarlos, o por carecer de imaginación suficiente para entretener a mis hijos o, incluso, ser incapaz de cuidar de mi misma por evitar contacto con mi fisioterapeuta.

Cuidar de otros, pesa como una losa cuando tu cuerpo no puede ni consigo mismo. Ser mujer en tiempos de pandemia eleva la carga habitual hasta el infinito. Todos en casa, evitando salir a la calle y yo para cuidar de todos. Me he sentido sola, con la casa llena de gente. Encerrados en sus habitaciones teletrabajando o en clases online, mientras sigilosamente, para no hacer ruido, yo me encargo de la casa, las compras y la cocina interminable de desayunos, comidas, meriendas y cenas para todos.

¿Dónde he estado YO durante este maldito año?. Con empatía me he colocado en los zapatos de mis padres ancianos asustados, de mi marido preocupado, de mi hija preparando su EvAU, de los pequeños sin poder jugar con sus amigos … ¿y yo?, pues eso, con ansiedad y sintiéndome culpable por no cuidarme y por enfadarme a cada rato.

La ansiedad te roba el aire, el sueño, el humor y debilita la mente produciendo agobios estúpidos, fobias absurdas…a mi me produce vómitos matutinos sólo por el vértigo a superar un nuevo día. Estoy mostrando a mi familia mi lado más oscuro. Suerte que, como no veo a nadie más, mis amigos siguen pensando que soy la Marta de siempre.

No sé porqué sospecho que todo esto no me ocurre solo a mi y también sospecho que, si seguimos con el COVID respirándonos la nuca, vamos a cronificar estados psicológicos difíciles de superar.

Aunque, si reflexiono, creo que no es realmente el COVID el causante de estos estados de ansiedad. Es la incertidumbre, los bandazos con informaciones contradictorias, la insensatez de nuestros dirigentes lo que nos tiene a todos locos. La inseguridad, la falta de directrices claras y unívocas es el mejor caldo de cultivo para la enfermedad mental. Si a esto lo teñimos del sesgo de género multiplicamos por mil el riesgo de caer al vacío.

Necesito (necesitamos) respuestas, certezas y esperanza. Los enfermos de Parkinson, como otros enfermos, vivimos ya en la cuerda floja. No sabemos qué día será bueno y cual malo, a qué hora estaremos Off o estaremos On. Estamos realmente entrenados para estas situaciones, porque tenemos la gran suerte de no estar dirigidos por políticos, sino por profesionales de la salud que nos trasmiten la serenidad y seguridad necesaria para tomar las decisiones correctas y seguir el camino adecuado. Este año, con las restricciones les hemos echado de menos, pese al enorme esfuerzo que sabemos que han hecho.

No achaquemos a la pandemia todo nuestro deterioro mental. Es la clase política, de cualquier color, quienes dejarán un mundo triste y GRIS, aún cuando el COVID se haya vencido. Y hoy, como mujer y enferma de Parkinson, necesito sentirme orgullosa de mis esfuerzos y renuncias y menos culpable por mis errores. Quisiera sentir que alguien valora a tantas mujeres que han cuidado de sus familias siempre, pero aún más durante este maldito año de Pandemia. Sin nosotras, este año hubiese sido el fin.

Cómo sociedad, nos merecemos más y de otro color, quizá el ROSA

 Marta Val

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