Dios salve a la reina. Larga vida a la reina

 

Hace ya 9 años que sé que tengo párkinson. Hoy tengo 46 y entonces tenía 37. Ya me he acostumbrado. Yo cada vez me muevo más lentamente pero el tiempo pasa volando. Recientemente un colega me preguntó si la levodopa me ha devuelto a mi forma de moverme de antes del diagnóstico. No, nunca he vuelto a caminar como antes. Tampoco a pensar como antes, ni a sentir como antes, ni a mirar como antes. Desde aquel octubre de 2011 tengo otro concepto de la vida. Todo pasa por el cuidado de mi cuerpo. Si no me puedo mover, por la enfermedad, si no puedo salir de la cama, por mi enfermedad, si doblar la esquina se me hace una montaña, por mi enfermedad, es inútil que sueñe lo mismo que soñaba antes de saber que tenía párkinson, cuando mi cuerpo era ágil y ningún obstáculo para mis proyectos vitales. Ya daba señales de que algo no iba bien pero yo no era consciente. Y aún tardé unos años más en tomar conciencia, bastantes más. Ha sido un duelo tan largo y tan profundo que tengo lagunas en mis recuerdos. La sensación de que de un día para otro me habían robado el suelo y no paraba de caer al vacío, mientras mi hijo cumplía un año, dos años, tres, cuatro, cinco, seis… y yo no tocaba fondo ni salía a ninguna superficie. Sigues con tu vida, sí, me separé como ocurre en muchas parejas, disfruté un trabajo vocacional como cualquiera de mis compañeros, cada mañana seguía saliendo el sol. Pero he vivido en caída libre tanto tiempo que más que valiente lo que me halaga de verdad es que alguien se de cuenta de lo duro, penoso y vertiginoso que ha sido volver a tener un suelo en el que pisar más o menos firme. Conocer esta enfermedad no es nada fácil, aceptarla la aceptas no por valiente sino porque el cuerpo es muy contundente cuando se manifiesta y no tienes más remedio. “No hay peor enfermo que el que se cree sano.” Acabo de leer esta frase en un cuento de mi hijo, es de Gianni Rodari. Es genial. Dejar entrar esta enfermedad que aporrea cada día a tu puerta es pura supervivencia. Lo de ser valiente, como muchos me han llamado por seguir adelante con el párkinson, me parece demasiado romántico para una evidencia así. Hace dos años tuve que dejar el trabajo que tanto me apasionaba. Soy reportera de televisión. Estoy de baja laboral, a merced de lo que decida la Seguridad Social. Aunque la decisión está ya tomada, al cuerpo no hay quien le discuta. Estoy pendiente de una etiqueta administrativa, en concreto de si me conceden la incapacidad absoluta o me devuelven al ruedo. Pero yo sé que no puedo ejercer el periodismo como lo hacía antes y que el párkinson nunca va a mejor en términos absolutos. Así que ha sido otro duelo, uno de proyectos que nunca haré, de envidia sana a mis compañeros de curro que han crecido profesionalmente mientras yo hacía deporte para recuperar la marcha e iba al psicólogo para olvidarme del ritmo frenético que llevaba. Soy otra persona, desde luego. He aprendido a ser esa persona, y creo que lo he hecho bien porque estoy contenta, centrada y porque ya no intento rememorar quién era antes del diagnóstico. Intuyo que me estoy reinventando, a pesar de la absoluta incertidumbre que nos rodea a todos en general y una enfermedad neurodegenerativa como es ésta especialmente. Ahora quiero aprender a hacer otras cosas, radicalmente distintas a los reportajes que tan bien se me daban. Crear con las manos, eso me gusta. Y en ello estoy. No aspiro a ocupar el tiempo libre que tengo, deseo progresar, encontrar nuevos motivos y objetivos. Y quizás logro vivir una nueva vida, no una que va después de la de ANTES, sino OTRA completamente distinta. 

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