Compañero de viaje sibilino

 
 
Me llamo Mercedes Romero. Soy y vivo en Jerez de la Frontera (Cádiz). Tengo 63 años. 
Tengo PÁRKINSON IDIOPÁTICO
 
Tengo dos hijos sordos de 43 y 40 años respectivamente, uno es fisioterapeuta y la otra educadora social. Esto se cuenta rápido pero detrás hay un trabajo inmenso por mi parte, de trabajo y de esfuerzo por parte de ellos también. Nos presentamos ante una pizarra en blanco, todo por hacer, integración en el colegio, en el instituto y en la universidad. Y se consiguió, pero aún hay muchas barreras
 
Cuento esto porque durante muchos años fue el eje central de mi vida, y porque es un ejemplo de aprendizaje y de lucha contra la adversidad el que me han dado mis hijos. 
 
Hace cinco años un incidente grave en mi trabajo me cambió la vida. Tenía temblores en las manos, ansiedad, angustia, miedo, insomnio, inseguridad en el trabajo. Creo que el Sr. Párkinson  aprovechó  e hizo ¡zas! y apareció a mi lado, como dice  la canción, pero salió disfrazado de depresión. Psiquiatra, una medicación que logró hacer desaparecer los temblores, tratamiento psicológico… Cada día más triste, pocas ganas de levantarme, de arreglarme, de salir, de relacionarme con la gente. Quien me conocía no se creía lo que me estaba pasando, me decían que no me pegaba tener depresión, que siempre había sido una luchadora, lo que aún me dolía más.
 
Empecé a arrastrar la pierna izquierda, el brazo izquierdo iba adoptando una posición extraña, me hundía en la piscina por el lado izquierdo, en las fotos salía triste por mucho que me esforzara para expresar lo contrario. Mi hijo me dijo que esos síntomas parecían más neurológicos que psicológicos. Efectivamente, en la primera consulta al neurólogo, me dijeron que tenía el 95% de probabilidades de que lo que sufría fuera párkinson. A falta de una prueba de medicina nuclear, la sentencia: PÁRKINSON IDIOPÁTICO.
 
A sabiendas de que es una enfermedad neurodegenerativa, en cierto modo me tranquilizó saber qué era lo que me pasaba ¿Qué había que hacer? Medicación y mucho ejercicio. A  las dos semanas estaba en el gym, el  pilates era genial, en la clase de al lado zumba. Me asomaba pero me daba vergüenza entrar, hasta que un día entré. Complicado, la coordinación motora había desparecido. ¿Qué hice? «Adaptación», me dijo la profe. A los dos meses, entre medicación y ejercicio, iba más derecha que una vela.
 
Esto fue hace tres años. Pero esto no es colorín colorado, ni comimos perdices y fuimos felices. Este compañero de viaje es sibilino, y va sacando sus zarpas, pero tiro de experiencia en la fortaleza mental, tiro del ejemplo y de la lucha de mis hijos y me recompensa cada día el terremoto de mi nieto de diez años. Y tiro pálante.
 
 
 
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