Soy traductora y, en mi trabajo, tengo la suerte de interactuar con una enorme cantidad de colegas que están formándose. Siempre que puedo, les recomiendo encarecidamente que participen en asociaciones y, si la posibilidad está a su alcance, en actos presenciales, como los congresos. ¿Por qué? Porque tener una red de contactos es indispensable en la profesión del traductor: una nunca sabe dónde puede surgir un proyecto interesante, una posibilidad de colaboración o, directamente, un trabajo.
Recuperada del impacto inicial del diagnóstico, es lógico y hasta normal que empezara a plantearme la forma de tejer una nueva red. Aunque no haga falta decirlo, internet es una fuente inagotable de grupos, organizados por edad, sexo o género, ubicación geográfica, síntomas concretos, ejercicio o incluso estado civil. No obstante, aunque en 2016 se celebró el Congreso Mundial de Parkinson (World Parkinson Congress, en inglés) en Oregón — justo al otro lado del país en el que vivo—, no lo seguí con mucho detalle y descarté participar en el siguiente, que se celebró en Tokio en 2019. En ese momento no sabía cuánto me arrepentiría.
Entre 2016 y 2019, seguí tejiendo mi red —un poco en persona, un mucho en las redes—. Aún hoy me sigue sorprendiendo que apenas hubiera grupos de gente con párkinson de inicio temprano en una ciudad como Nueva York. En algún momento en esos años, conocí a Liz Day, quien, armada con una determinación a prueba de bombas (corrió el maratón de Nueva York en 2019, señores), creó un grupo que abarca la ciudad y alrededores. Además, conocí a Larry Gifford, Soania Mathur y Tim Hague, que acabarían montando los PD Avengers; a Richelle Flanagan, Kat Hill y Sree Sripathy, que crearon el Women’s Parkinson’s Project; Becca Miller, Christine Jeyachandran, Jonny Acheson, David Sangster, Heather Kennedy y tantos más. Muchos de ellos viajaron durante interminables horas y se reunieron en Tokio en 2019. Seguí el congreso con un poco más de atención e incluso a casi 11 000 km distancia me di cuenta de que algo se movía, por raro que suene, entre personas con un trastorno del movimiento. Cuando anunciaron que el congreso de 2022 se celebraría en Barcelona, casi reacciono como Mafalda cuando se enteró de que tendría un hermanito (spoiler: se desmaya).
A finales de 2020, vi un tuit que me llamó la atención. Incluía un artículo que hacía referencia a Helen Mirren y a, según decían, su párkinson, así como a un blog recién nacido, este. Respondí al tuit indicando que no está claro que Helen Mirren tenga párkinson y que, en la entrevista que mencionaban, hablaba de su proceso de sensibilización ante el párkinson a raíz de la experiencia de alguien cercano. A continuación, mandé un mensaje a las encargadas del blog para agradecerles la iniciativa. De repente, mi red se extendía también por mi país. Y aquí estamos, seis meses después, en torno a 30 000 visitas en el blog y 114 artículos de casi 40 autoras.
Una va a un congreso por dos motivos: a aprender algo nuevo en las ponencias y a tejer esa red de la que hablaba. Así pues, entre el 17 y el 19 de mayo se celebró la primera edición virtual del WPC. Fueron tres días muy intensos… de videoconferencias. Cuando escribo este artículo, aún no he visto todas las grabaciones. Se habló de ciencia pura y dura, de ciencia desde un punto de vista divulgativo, de vivir bien con párkinson, de novedades en los tratamientos y de cuidados paliativos. Al ser en línea, la red no se ha tupido tanto como me gustaría, pero espero que la vuelta de la presencialidad lo permita muy pronto.
Para una traductora, participar en un congreso es una inversión. Para una persona con párkinson, también, solo que los beneficios de esa inversión van mucho más allá de lo económico. Ens veiem a Barcelona!
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