¿Cómo podemos cuidarla a la vez que ella nos cuida? Cuidémonos, cuidemos nuestra microbiota intestinal
Bienvenidas a la segunda entrega de “información científica en palabras sencillas”. Espero que el tema de hoy despierte vuestro interés y podamos aprovecharlo para realizar algún que otro cambio que nos ayude a estar mejor. Que, al final, es el objetivo de todas las que formamos parte de esta preciosa comunidad. Estar mejor.
Hoy les voy a comentar un documento de consenso, que se elabora, en base a la evidencia científica disponible, entre un número variable de Sociedades científicas (incluso puede ser una sola) y tiene por objetivo la elaboración de normas o recomendaciones que expresen de forma consensuada y oficial la opinión de la/s Sociedad/es en relación al manejo de diferentes situaciones clínicas.
El documento que da origen al post de hoy es el “Documento de consenso sobre la microbiota y el uso de prebióticos y probióticos en enfermedades neurológicas y psiquiátricas”1. Fue elaborado por la Sociedad Española de Microbiota, Probióticos y Prebióticos (SEMiPyP), la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica (SEPB) y la Sociedad Española de Neurología (SEN).
Mucho se oye hablar últimamente de la microbiota. Pero, ¿sabemos realmente de qué se trata? Vamos a dar un poco de luz a esta inquietud. La microbiota es el conjunto de comunidades microbianas que conviven con nosotras en simbiosis o apoyo mutuo. En palabras sencillas son las “bacterias buenas” que nos ayudan mientras les ayudamos “siendo su casa”. Tenemos bacterias saprofitas (que viven en un organismo vivo) en la piel, en la boca, en la garganta, en la vagina, en el intestino, entre otras localizaciones.
Mantenemos a lo largo de la vida una relación mutualista con nuestra microbiota (también conocida como flora bacteriana), ya que convivimos amablemente y colaborando. Mientras somos su hospedador (es decir le damos cobijo en nuestro organismo), ellas nos proporcionan una serie de ventajas: desde la protección frente a la invasión por agentes patógenos (“bacterias malas” o que nos causan enfermedad) y el desarrollo del sistema inmunitario, a la colaboración en la digestión de componentes de la dieta, la provisión de vitaminas y otros nutrientes esenciales o el desarrollo neurológico en las primeras etapas de la vida. Como veis, podemos considerarla nuestra amiga.
“Un inadecuado desarrollo de nuestra microbiota intestinal (MBI) durante los primeros meses de vida por el aumento del número de cesáreas, el abandono prematuro de la lactancia materna o, ya en la edad adulta, por el abuso de antibióticos, una dieta inadecuada o el proceso del envejecimiento, nos puede llevar a un estado de disbiosis con una alteración de la microbiota tanto cualitativa (predominio de especies distintas a las habituales) como cuantitativa (menor concentración de bacterias beneficiosas).”
Esta alteración puede ser modulada con cambios en la dieta [ya nos lo comentaba Laia en su post “Tengo Párkinson: por qué debo alimentarme bien”, que os recomiendo si queréis seguir sumando motivación para llevar una alimentación saludable 😉 ]. También, como refiere el documento de consenso, podemos modularla con la utilización de prebióticos y probióticos. Veamos qué esconde esa sutil diferencia entre ambos.
Expertos científicos internacionales definieron los probióticos como “microorganismos vivos que, cuando se administran en cantidades adecuadas, confieren un beneficio a la salud del hospedador”. Mientras que cuando hablamos de prebióticos nos referimos a “ingredientes alimentarios no digeribles que benefician al hospedador mediante la estimulación selectiva del crecimiento y/o actividad de uno o un limitado número de bacterias en el colon, mejorando la salud del hospedador”. ¡Vivan los pro/pre-bióticos!
Comentemos un poco la relación intestino-cerebro que se conoce que hay en la Enfermedad de Parkinson (EP). Se ha descrito, en pacientes con EP, el depósito de α-sinucleína (si esa misma que se nos deposita en nuestro cerebro) en el sistema nervioso entérico o intestinal (vehiculizado a través del nervio vago, que de vago no tiene nada), el cual es responsable del normal funcionamiento del intestino y representa el camino por el cual bacterias comensales regulan muchas funciones fisiológicas, incluyendo la motilidad intestinal.
Además hay dos estudios que sugieren que la vagotomía (que es una intervención quirúrgica que secciona este nervio para tratar casos resistentes de úlceras gástricas) sería un factor protector para EP. Se observó que los pacientes que habían sufrido una vagotomía tenían un menor riesgo de desarrollar EP que la población general.
Según nos cuenta este consenso no sólo estos, sino también otros múltiples artículos científicos, sugieren que la EP podría originarse en el intestino. No es de extrañar si sabemos que clínicamente, más del 30% de los pacientes presentan síntomas gastrointestinales, siendo los más comunes náuseas, vómitos y estreñimiento. Aunque la motilidad de estómago y colon se afecta con frecuencia, cualquier porción del tracto gastrointestinal puede estar alterada.
Hace poco leí un artículo que hablaba de que habría dos tipos de EP: una originada en el cerebro y otra originada en el intestino. ¡Creo que ya tenemos el tema para el próximo post! 😉
Recientemente se han descrito los psicobióticos (microorganismos vivos que producían un beneficio en la salud de pacientes con trastornos neuropsiquiátricos), una clase de probióticos capaces de producir y liberar sustancias neuroactivas que actúan a través del eje microbiota-intestino-cerebro. Por lo tanto, conociendo ya todas las estrechas relaciones existentes en este eje, no es difícil presumir de la estrecha relación de la MBI (la flora intestinal de toda la vida) con la EP.
Pero vamos al lío y veamos qué pasa con nuestra MBI: “Las anomalías en la MBI (lo que habíamos llamado antes disbiosis) son frecuentes en pacientes con EP y su relación con la disfunción cerebral está siendo investigada de forma extensa. En tres estudios diferentes de la composición de la microbiota fecal, se ha comprobado una reducción de cierto grupo de bacterias”. Para las curiosas como yo, se enumeran los tipos de bacterias que estarían reducidas en el documento1
Otro estudio mostró que un litro de agua hidrogenada al díamejoraba la puntuación en la Unified Parkinson´s Disease Rating Scale (UPDRS). Esta escala sirve, midiendo una serie de ítems, para seguir la progresión de la enfermedad, lo que nos haría pensar que esta acción detendría o enlentecería la misma. Con estos resultados, se analizaron las bacterias productoras de hidrógeno en los pacientes con EP y se encontró una reducción de seis grupos bacterianos productores de hidrógeno. Estos resultados podrían mostrar un papel protector del agua hidrogenada en la EP, a través de la modificación de la MBI.
Según otros estudios recogidos aquí, la MBI en los pacientes con EP se encuentra desviada hacia un estado proinflamatorio, teniendo en cuenta que ciertos genes reacionados y determinadas bacterias se encontraron aumentadas en estos pacientes. Por lo que también se ha estudiado un aumento de otros tipos de bacterias. Incluso que “la sobreexpresión bacteriana (lo que quizás hayamos escuchado como sobrecrecimiento bacteriano) podría contribuir a la fisiopatología de las fluctuaciones motoras en los pacientes con EP y su erradicación provocaría una mejoría clínica”.
Para ir acabando reflexiono que, como siempre, se necesitan más estudios que contrasten esta información, pero toda esta evidencia científica recogida en el documento nos hace pensar que la disbiosis tiene un papel crucial en EP. Aunque concluye el documento que aún “no se sabe si los cambios en la MBI encontrados en los pacientes con EP juega un papel en la patogenia de la enfermedad (es decir en cómo se origina) o son simplemente una consecuencia de la misma” En palabras sencillas, aún no sabemos si es el huevo o la gallina.
De todas maneras, para despedirme con un mensaje positivo e inspirador: “La identificación de disbiosis en MBI en pacientes con EP introduce la posibilidad de tratamientos potenciales que, por el momento, no han sido desarrollados” Pero la comunidad científica está en ello. Y mientras tanto nosotras podemos tomar conciencia de todo esto y cuidar de “nuestras comunidades de bacterias buenas” adoptando hábitos de alimentación que contengan pre/pro-bióticos o quizás investigando sobre el consumo de agua hidrogenada.
Recuerda ser responsable con tu cambio de hábitos y no olvides consultar siempre a un profesional de la salud. Venga, cuidémonos, cuidemos nuestra microbiota intestinal. Porque serán ellas quienes nos defenderán de las “bacterias malas” cuidando así de nosotras y nuestro intestino-cerebro. Hagámonos amigas. Yo te cuido, tu me cuidas. Ánimo con ello 😉 ¿Te animas? ¿Qué haces para cuidar tu intestino? Te leemos en los comentarios. ¡Hasta la próxima!
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