De chiquita les temía a las montañas rusas. Las odiaba, las sufría. Hasta que un día, yendo a DIsney con mi hijo y mi marido, me subí con mucho miedo a una de esas montañas rusas…de las más altas y rápidas, las mas temidas… y me di cuenta que en algo (mas) había cambiado: me fascinaba. Y quería volver…Ambos varones a quien supuestamente yo acompañaba, salían pálidos, mareados, con pánico. No querían volver a pisarlas nunca mas en sus vidas. Y yo desenfrenada quería volver…Para colmo, como tenía pase sin filas, me subía las veces que quería..Hasta que en algún momento intenté entender. Por qué me fascinaba? Qué era lo que ya no me disgustaba? Y entendí: era la velocidad…y la entrega hacia una vertiginosidad controlada…
Desde que vivo con parkinson, mi caja de cambio corporal decide autónomamente mis velocidades. Es kit, el auto fantástico…y muchas veces, Kit me lentifica o acelera a su gusto.
Generalmente la lentitud la padezco, pero cuando me acelero, lo padecen los demás… En fin, acá volvía a ser veloz. muy veloz…con toda la sensación fantastica que le velocidad tiene cuando no hay riesgos. Y como no los había, era fácil entregarme al des(control) sin miedos.
Como dijo una muy reciente pero entrañable nueva amiga: la vida de las personas que padecemos enfermedades crónicas es como una montaña rusa. Tenes buenos días, caídas, algunos otros bronca…También aprendí a que si me pongo en contra del movimiento y me pongo tensa, todo empeora.
Siempre me acuerdo de los edificios en México. Tienen un sistema de movimiento ante los sismos, que les permite moverse sin quebrarse…porque ante el movimiento involuntario, lo mejor es relajarse y dejarlo fluir. Más intento de control…más fácil es que el edificio se quiebre. Cuanto más veloz es la montaña rusa, más podes relajarte..Se ve que aprendí a vivir con ello…a tal punto que las de verdad me fascinan.
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