La actividad tiene un poder incalculable

Y llegó el veredicto final… Era el mes de octubre de 2019… Tienes Parkinson Idiopático. Una palabra con demasiado contenido para una mujer de 49 años, madre de dos hijos de 17 y 13 años. No hablaré del calvario que pasé hasta ponerle nombre a lo que me pasaba; tampoco me quedé añorando quién era antes de todo esto. Decidí vivir el presente mirando hacia delante y adaptarme a mi nueva realidad, sin mirar atrás. Una vez leí: “si no sueltas el pasado, con qué mano agarras el futuro”. Decidí agarrarlo con las dos, pues se trataba de mi felicidad.

Recuerdo que al principio me costaba nombrarlo, de hecho, decidí ponerle Mr. P y así le quité la fuerza que vino a llevarse, sobre todo de mi lado izquierdo. El dolor del deltoides me afectaba hasta la mano, lo que dificultaba subirme los pantalones, lavarme la cabeza, partir un filete, escribir en el ordenador, hacer mi cama, doblar mi ropa, pelar una simple naranja; en fin, que de repente te das cuenta para todo lo que te sirve tu mano izquierda, aunque seas diestro.

Por lo que respecta a la pierna, el dolor en el tercer dedo del pie y la pérdida de fuerza me complicaba ponerme el calzado y andar sin arrastrar la pierna y el temblor me imposibilitaba conducir un coche con marchas, por el simple hecho de tener que pisar el embrague.

 Me propusieron pertenecer a un grupo de personas para probar un nuevo medicamento y me vino muy bien pues me ayudó a conocer mejor a este Sr. que venía a dominar mi vida (la mejor forma de vencer a tu enemigo es conocerlo, pensé).

Tras saber el diagnóstico, mi preocupación era mi familia, pues aunque ellos te van a apoyar sí o sí, también tienen que tragarse el sufrimiento de saber que tendrás que luchar toda la vida con una enfermedad que no sabes a ciencia cierta cómo va a desarrollarse. Tenía que hacerles ver mi actitud positiva y reducir el impacto de la noticia.

Una de las cosas que más fuerza me dio fue romper la peor de las losas (el silencio), hice una lista de WhatsApp de mis amigos y conocidos y se lo comuniqué. Les pedí normalidad, pues yo seguía siendo la misma persona y que seguramente en algún momento necesitaría ayuda. Ayuda que yo pediría.

Las muestras de cariño y admiración os las podéis imaginar. Me sentí orgullosa de mí misma por haberlo afrontado con positividad y haber sido valiente al mostrar mi vulnerabilidad.

Luego quedaba el trabajo… Tengo que decir que llevo trabajando con mi jefe y amigo desde los 25 años en Banca Privada y en distintas entidades. Él reaccionó como era de esperar, me dejó elegir qué hacer. Tuve y tengo su apoyo y comprensión, y el de mi compañero desde el principio.

Exactamente igual fue la reacción de la responsable de recursos humanos. Todo esto, añadido al trato cariñoso recibido de jefes, compañeros y clientes, hizo que me sintiera afortunada de trabajar allí. 

Después llegó la pandemia y con ella el confinamiento. Fue una época de reflexión y muchos cambios.

Me permitió parar, tomar consciencia de mi nueva vida y me di cuenta de que algo más en mí había cambiado. Interiormente me sentía más fuerte y vital. La vida me estaba poniendo a prueba y yo estaba sacando de cada obstáculo, nada más que cosas positivas.

En el terreno laboral, poco a poco se fueron disipando las dudas sobre si podría seguir trabajando. Descubrimos que desde casa podía hacerlo sin problemas gracias a la tecnología, cambié mi oficina por la buhardilla, lo que me permitía poder compaginar mi trabajo con mis ejercicios rutinarios, hacer paradas y dedicarme el tiempo necesario para encontrarme bien.

Hoy, gracias a la flexibilidad que he tenido desde el minuto uno, voy a la oficina un par de mañanas a la semana, para no perder perspectiva, arreglarme y sentir la normalidad. 

Aproveché también para retomar mi pasión por el diseño de bisutería, que esta vez llegó para quedarse, así mantenía mi imaginación y mis manos activas. Salía a andar, gracias a un permiso médico que movió mi marido, hacía ejercicios específicos para parkinsonismo e intenté ir recuperando mi cuerpo. Pero, a pesar de la medicación, me seguía doliendo el brazo y mi mano continuaba con poca fuerza y movilidad.

Al acabar el confinamiento, decidí que no podía seguir así. Creía firmemente que con una buena rehabilitación podía conseguir mejorar. Aunque mi neuróloga no me dió muchas esperanzas, contacté con la Asociación de Parkinson de Madrid y tuve la suerte de dar con un terapeuta que me cambió la vida por completo, nunca se lo agradeceré lo suficiente. Poco a poco fui recuperando las cosas cotidianas que había dejado de hacer y me enseñó que lo más importante es escuchar a tu cuerpo para saber qué necesita.

Mi gran motivación era recuperar la normalidad de mi vida, pero pensé: exactamente, ¿qué es hoy en día lo normal, si la vida en general ha dado un cambio radical en muy poco tiempo? La sociedad entera está pasando por un periodo de adaptación, lo que me da ánimos, pues siento que no soy la única que se encuentra en esa fase de su vida, aunque la mía lo sea también a otro nivel.

A veces pienso, que, de no ser por la pandemia, las cosas habrían sido mucho más difíciles para conseguir llevar una vida más o menos digna.

Aunque tendré días malos, también tendré días buenos. Aunque muchas veces lloraré, otras también reiré y disfrutaré. Y aunque no sé qué nuevo síntoma tendré mañana, lo que sí sé es el gran poder que llevamos oculto y que brota cuando la vida te pone contra las cuerdas: ese es el poder de la actitud.

Carmen Olivar

 

 
 
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