Uno de los síntomas más incapacitantes de la Enfermedad de Parkinson es el insomnio. Entre el 55% y el 80% de las personas enfermas presenta diferentes tipos de insomnio. Dejando al margen la dificultad para conciliar o mantener el sueño desde el punto de vista neurológico, quisiera compartir algunas dificultades cotidianas, que entorpecen el descanso y algunos tips que, al menos a mí, me van bien.
En mi caso, ir a la cama es una necesidad más imperiosa que alimentarme. Llegado un momento del día, el cansancio no me permite continuar. Además, los agonistas dopaminérgicos que tengo prescritos me producen hipersomnia vespertina, con lo que en casa he impuesto un horario anglosajón de comidas. Más tarde de las siete, la cocina se cierra.
Si aún no estoy en off, llego a la cama con facilidad, incluso puedo lavarme los dientes, cosa nada fácil si dilato la hora de irme a dormir. Mientras muchas mujeres siguen un perfecto ritual cosmético nocturno, yo me preparo mi cóctel farmacológico pre-sueño, siempre con la confianza de dormir como un bebé.
Cojo el sueño casi antes de posar la cabeza en la almohada, pero, tras un par de horas, se acabó la fantasía. Me despierto y siento mi cuerpo adosado al colchón, como si la cama me abrazase con fuerza impidiendo moverme. Tras varios intentos, logro comenzar un giro que me permita cambiar de postura, pero para cuando lo consigo, ya estoy más despierta que una vela.
Es curioso, porque mi marido asegura que dormida, pego verdaderos brincos en la cama (sueños vividos); hablo, pataleo, incluso, golpeo sin piedad. ¿Cómo es posible que despierta no logre mover mi cuerpo y dormida se mueva como un luchador de kárate?
Dormida, el problema es para mi marido, que debe defenderse de mis embistes, pero despierta me es imposible cambiar de postura en la cama y el dolor corporal se convierte en insoportable.
A esto vamos a añadirle una complicación habitual en la Enfermedad de Parkinson: la nicturia, un incremento en la necesidad de orinar durante la noche debida a la contracción excesiva del músculo detrusor de la vejiga, aun cuando no está llena, que obliga a levantarse por la noche al wc, con la consecuente dificultad para volver a conciliar el sueño.
Total, que dormir, se duerme (a ratos), pero descansar, es otra canción.
Todo este batiburrillo de circunstancias son una oportunidad de oro para dejar volar la creatividad y encontrar soluciones que permitan el descanso:
– Comparto cama con mi marido, y sus dimensiones, son suficientes para no incomodarnos (sólo cuando “nos apetece”). Llegado el caso, valoraremos la cama individual.
– La altura de la cama coincide con la flexión de mis piernas, de modo que reduzco el esfuerzo al levantarme y evito “caer” al sentarme.
– Las almohadas son individuales y utilizo un cojín que colocado en el lateral de la espalda evita el efecto “tortuga panza arriba”
– El colchón es firme, evitando que mi cuerpo se encuentre atrapado por él.
– Es interesante contar con una barandilla, como las de los niños o los hospitales, que permita agarrarse a ella para girar.
– La sábana bajera es suave y resbaladiza, para no quedarme pegada a ella. Cáritas agradeció que regalase mis sábanas de franela.
– No utilizo sábana encimera, sino sólo edredón o colcha suave en la que mis piernas no se enredan.
– Tengo la suerte de tener dormitorio con baño incorporado y, si duermo fuera de casa, siempre me aseguro de que el WC esté cercano al dormitorio.
A mí, me gusta ambientar mi descanso con una buena ventilación del dormitorio, que la temperatura e iluminación sean a mi gusto y me va bien aromatizar la estancia, porque, pese a que mi olfato está alterado, olores que mi memoria asocia al bienestar me provocan ese agradable efecto y me ayudan a descansar.
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